sábado, 23 de junio de 2018

Como envejecer y no morir en el intento...

Parado en la terraza Octavio mira todo a su alrededor, ya había hecho los últimos preparativos y estaba todo listo para partir.

Mientras se calienta las manos en su tazón favorito y huele el vapor del café recién preparado, recuerda cómo fue la primera vez que llegó allí, un terreno lleno de tierra, piedras y troncos de árboles viejos.

Ahora su familia lo esperaba en una flamante y recién remodelada casa en la ciudad. Él no estaba de acuerdo, prefería quedarse donde había construido a pulso y casi sin herramientas todo lo que le rodeaba... pintando cada recoveco y sintiendo satisfacción cada vez.

Desde pequeño había aprendido a valerse por sí mismo y hoy a sus 70 años deseaba mantener su independencia. Su hija se oponía a que siguiera solo en aquel sitio tan apartado pero a él no le importaba, era feliz allí rodeado de naturaleza, comiendo fruta sacada al instante y revolviendo la tierra hasta conseguir una que otra hortaliza.

Rodea la casa y echa un vistazo al patio interior, el cacareo de las gallinas ahora convertido en silencio lo ponen nostálgico. Tantos recuerdos clavados en la tierra que ahora sólo se escuchan como un eco, las conversaciones de su nieta cuando tomaba el té con sus amigos invisibles en la casita del árbol, el columpio que se instalaba cada vez que venía de visita.

La venta de la casa había sido exitosa, la idea de liquidar con todo en su interior dio resultado y una pareja joven venía a instalarse en unos días más. Quizás hacía lo correcto pero aun así, sentía una pesadez en el pecho que no lo dejaba en paz.

Mientras las últimas aves anuncian la hora de dormir, Octavio entra a la casa a lavar el tazón y a mirar por última vez la cocina. Afuera el viento sopla sobre los árboles y hace murmullos al pasar a través de sus hojas. Pequeñas gotas comienzan a caer y aumentan de intensidad a medida que transcurren los minutos, en un tamborileo constante, así sin más, van y vienen golpeteando contra la ventana en ráfagas intermitentes que anuncian que pronto se avecina algo.

Finalmente, toma las llaves de la pequeña mesita cerca de la puerta donde alguna vez hubo un teléfono de disco, respira profundo, contempla por unos instantes las figuras que forman los muebles en la penumbra y se dispone a cerrar la puerta sin mirar atrás.


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