| Ilustración de Wrong Hands |
viernes, 31 de mayo de 2019
miércoles, 8 de mayo de 2019
Sobre Medicación
Florencio era un tipo preocupado. Cada año se hacía controles preventivos de salud, cuidaba su presión, intentaba beber poco.
El primer Sábado de cada mes, como era su costumbre, se realizaba diversos análisis médicos en un pequeño puesto de feria. Allí, un hombre vestido con una impecable bata blanca y una máquina casera de toma de muestras, con más voluntad que conocimientos, ayuda a todo aquel que desee saber de su salud.
Un día, el hombre que atiende el puesto lo mira con aprensión, la máquina había arrojado un colesterol el doble de los rangos normales lo que transformaba a Florencio en una bomba de tiempo.
–Don Floro –le suelta con cierto temor a equivocarse–. Lo conozco hace tiempo, usted es un hombre saludable y preocupado de su bienestar. Le sugiero que pida una hora al doctor y le lleve estos valores que le voy a dar... y anota unos números en una tarjeta.
–Tengo algo malo??
–Un análisis médico detallado podría indicar lo que tiene. No es bueno tener el colesterol tan alto. Podría sufrir una embolia, taparse una arteria de su pierna... Podría sufrir un ataque cardíaco en cualquier momento.
Florencio se levanta de la pequeña silla de plástico con millones de posibles males anticipados rondando su cabeza. A primera hora del Lunes pide hora al doctor.
En la consulta, el facultativo una vez auscultados pulmones, corazón, pulso y otros criterios médicos, lo hace pasar al escritorio. Allí, Florencio espera impaciente mientras el doctor hace una serie de anotaciones en el computador. Su rostro sin expresión no le indica nada que pueda anticipar... Luego de unos minutos eternos, el médico lo mira con expresión grave y solemne:
–Don Florencio, me gustaría que se hiciera estos exámenes, –le dice mientras anota en un papel–. Tiene la presión un poco alta, lo que puede indicar que es “prehipertenso”. Además, los valores que usted me trae, me gustaría confirmarlos. Por ahora, tómese esta pastilla para bajar la presión... y le extiende una receta.
Florencio obediente compra el remedio en la farmacia y comienza el tratamiento al pie de la letra.
Una semana después, se siente morir. Le duele la cabeza y se marea con facilidad, no sabe qué diantres le pasa... Alarmado vuelve al doctor, le entrega los exámenes y le cuenta sus males:
–Doctor que me pasa?? Me siento pésimo. Cada mañana es un suplicio levantarse, creo que algo grave tengo... –y con los ojos llenos de lágrimas recuerda lo saludable que era hace tan sólo un par de semanas.
El médico acostumbrado a este tipo de intervenciones, sólo asiente mientras ojea con atención la interminable lista de números que los exámenes médicos traen. Finalmente, le clava la vista al pobre enfermo y reclinado en su asiento comienza a hablar:
–Don Florencio, usted además de sufrir hipertensión... tiene el colesterol un poco elevado. Lo primero que debemos hacer es bajarlo. Tómese esta pastilla en la mañana junto con la medicación de la presión. Le ajustaré la dosis y con suerte en unas semanas, ya debería sentirse mejor.
Pero Florencio lejos de mejorar, cada día empeora más. Ahora a los achaques propios de la presión, se han sumado dolores musculares, palpitaciones y una opresión en el pecho que no lo deja en paz.
Una noche, acude a urgencias con una sensación terrible de falta de aire, siente mucho dolor... Quizás sea un infarto. Lo internan en la unidad coronaria, le hacen todo tipo de exámenes, las horas pasan y no hay señales de un inminente ataque. Luego de tres largos días y una exploración a las arterias sin resultados, el especialista concluye: “Dados sus antecedentes familiares y a los síntomas que presenta, usted a partir de ahora debe ser considerado un paciente cardíaco”.
Más angustiado que antes, Florencio vuelve a su hogar, además del riesgo de fallo al corazón, debe recordar cada mañana tomar cinco tipos de píldoras diferentes. Poco a poco se recluye, pierde su trabajo y queda a la espera que pronto llegue el consuelo a su grave condición.
–Aló, don Floro?? Qué bueno que me pude comunicar... –Dice con alivio el hombre al otro lado del teléfono.
–Con quién hablo??
–Soy Guillermo, del puesto de salud donde usted se hace el chequeo médico... Quería pedirle disculpas, la máquina del colesterol ha arrojado varias medidas erróneas desde que estuvo aquí por última vez... Qué le parece si el próximo Sábado viene a hacerse el chequeo de nuevo??
miércoles, 10 de abril de 2019
MI EXPERIENCIA DEPECHE MODE
La primera vez que vi a Depeche Mode en vivo fue cuando visitaron Chile por segunda vez en el año 2009. Era mi primer concierto masivo y como soy fan de toda la vida, sabía que no me lo podía perder. Junté las lucas y me aseguré de tener la mejor entrada posible con meses de anticipación. “Tour of the Universe” se llamaba la gira que los traía de vuelta y yo estaba muy emocionada por ello.
Ese día de Octubre del 2009 me levanté muy temprano y llegué a la entrada del Club Hípico a esperar con ansias la hora del recital. De a poco, y con el pasar de las horas, se fue llenando cada rincón de la calle en dos filas monumentales que se esparcían por ambos lados de la entrada.
Pronto nos pusieron vallas alrededor y junto con la gente, llegaron los vendedores con todo tipo de artilugios, comestibles y suvenires. También llegaron reporteros que entrevistaban a los más “aventureros” que habían pasado la noche allí... Todos con números en las manos marcados con un plumón.
Yo no tenía número, no era parte de un fan club pero igual conversé, me reí e hice "migas" con aquellos que estaban en ese momento en las mismas, esperando lo mismo, con las mismas ansias y la misma felicidad. Todos compartíamos algo en común y eso hacía que quisiéramos saber más.
Para pasar el rato, conversamos sobre nuestros planes, intercambiamos teléfonos a los que nunca llamamos y nos tomamos incontables fotos de grupo. Ahí me enteré que muchos habían hecho sacrificios enormes para estar en ese mismo puesto que yo. Venían de diferentes partes de Chile, habían dormido en terminales o eran del extranjero.
Finalmente, llegó la tarde y el tan anhelado momento de abrir las puertas, pero todo estaba muy controlado... No había tanto registro personal como ahora, pero si muchos con ganas de colarse. Por lo tanto, la seguridad era excesiva. La primera barrera que había que sortear, era el registro y chequeo de todas tus cosas. La segunda, tu estado físico.
Y como el evento era en el Club Hípico, los organizadores no encontraron nada mejor que hacernos correr prácticamente 3 kilómetros rodeando todo el recinto. Como en una carrera con obstáculos, con paradas de control cada ciertos tramos... Ahí nos amontonaban un rato hasta que nos volvían a soltar cuales caballos desbocados.
Personalmente, corrí como si se me fuera la vida. Atrás quedaban personas con mochilas enormes y otros agotados por la exigencia... porque el tramo se hacía eterno. Pasabas gente que esperaba en algún baño químico apostado en el camino... Pasabas gente doblada intentando respirar después de haber corrido hasta no dar más... Pasabas personas de todo tipo y contextura física. Mientras yo corría y corría sorteando todo lo que estuviera a mi paso.
Los amigos de la fila ya no estaban. Habían terminado esparcidos en el camino, unos atrás, otros más adelante... Esta parte de la selección no consistía en tener paciencia y esperar, tenía que ver con cuanto eras capaz de resistir. Llegué al sector de cancha prácticamente sin aliento, pero admirada de lo cerca que estaría del escenario.
Una pasarela te recibía, se asomaba en el medio y daba la bienvenida, yo intentaba ser lo más estratégica posible, aunque la verdad en ese momento no servía de mucho. Ahí me esperaba la última gran prueba... Una espera de 3 horas apretujados, cansados y sedientos hasta que comenzara el show.
Por supuesto, las fuerzas no eran las mismas. Con tanta ansiedad, no había comido ni tomado líquido en horas. Además, me había pegado la carrera de mi vida... pero ahí estaba, esperanzada aún, con menos energía pero luchando por mi puesto y mostrando los dientes si era necesario. Me lo había ganado, me lo merecía.
En poco tiempo, el sector en el que estaba se llenó a tal punto, que si levantabas los brazos ya no los podías bajar. Tampoco te podías sentar en el suelo porque era como sumergirse en unas aguas profundas sin poder después salir a flote. No había faltado nadie, eso estaba claro... nadie se lo quería perder.
En el transcurso de esas 3 largas horas, muchos terminaron siendo sacados desmayados antes que todo comenzara. Agotados por la exigencia, después de haberlo dado todo como en una maratón para estar lo más adelante posible. Los que quedábamos, sólo mirábamos y nos corríamos un poco más, impacientes, esperando que pronto se fuera la luz... Unas nubes se asoman por unos instantes y sueltan una que otra gota loca a la concurrencia que las recibe con alivio y a la vez con cierta aprensión.
Mientras la espera se hacía eterna y algún vendedor intentaba transar una que otra bebida, las luces se apagaron, aparecieron las cámaras y un griterío gigante acompañó la primera impresión que tuve de mi grupo favorito. Una pantalla con millones de luces pequeñitas y las siluetas inconfundibles de todos ellos hizo que mi cerebro entrara en ebullición. La emoción era tal, que simplemente me dejaba llevar por los movimientos de la marea y los millones de brazos alrededor que se agitaban haciendo todo tipo de gestos.
Cuando el show iba por la mitad y Martin cantaba una de sus canciones en solitario, todo el cansancio acumulado cobró su parte. Sentí que las piernas ya no me sostenían y que me iba lentamente a negro. En ese momento, mi cerebro hizo “Operación Deyse” y puso a trabajar a todos sus enanos de emergencia para no zozobrar inconsciente en medio de toda esa corriente. Resignada hice mi retirada.
Después de interminables minutos que parecieron horas, caminando como en un laberinto lleno de cuerpos en movimiento que no me prestaban atención, logré llegar a un sitio más despejado. Ahí, sentada en el suelo, pude recuperar el aire y luego de un momento de descanso y una bebida, ya estaba como tuna para seguir otra vez... pero una masa compacta y poco solidaria dijo otra cosa. Había perdido mi puesto como muchos de los que estábamos ahí en ese momento, con el rostro cansado, algo maltrechos pero felices de haber vivido aquella experiencia al máximo.
martes, 5 de marzo de 2019
PERROS POCO FOTOGÉNICOS
Hay personas que de forma natural y sin mayor esfuerzo siempre salen bien en todas las fotos que se tomen, tienen ese don natural de verse lindos sin siquiera proponérselo... pero hay otros especímenes, que aunque empeño le hagamos, nuestra cara suele aparecer justo como no queremos.
En el mundo perruno pasa lo mismo y aunque la mayoría de las veces vemos fotos bellas y adorables, hay algunos cachupines que simplemente no se les da muy bien esto del arte fotográfico. Mira aquí algunos ejemplos:
En el mundo perruno pasa lo mismo y aunque la mayoría de las veces vemos fotos bellas y adorables, hay algunos cachupines que simplemente no se les da muy bien esto del arte fotográfico. Mira aquí algunos ejemplos:
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| Le tomaré una foto a mi perro así corriendo casual... =| |
| Sácame una foto en este paisaje tan bonito... |
| Miren a la cámara y sonrían... |
| Cuál cámaraaaa..?? |
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Aunque a veces sirve también para llamar la atención... ![]() |
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| Me vas a llevar...?? |
martes, 22 de enero de 2019
Suponer lo que no es...
En ese momento sólo pensaba en alejarme lo más rápido posible, correr por aquel pasillo lleno de puertas transparentes que empujaba a mi paso. Sentía en el bolsillo del pantalón como las cuentas del collar presionaban mi muslo al mover la pierna. Yo sólo intentaba correr lo más rápido posible, seguir hacia adelante sin mirar atrás.
Hace tan sólo un momento me encontraba parada frente a una vendedora... Verónica creo que se llamaba. Simplemente no me había querido atender, yo paciente la miraba esperando una señal, algo que me indicara que estaba dispuesta a recibir mi petición... pero no, siempre callada con su rostro hacia abajo y el ceño fruncido, intentando esquivar a como diera mis ojos que la seguían para donde fuera.
Pase mucho rato allí, hasta que simplemente no quise más. Fui en busca de alguien que recibiera mi reclamo, a cambio me encuentro con una chica que con mirada cómplice me dice que Verónica es la persona más odiosa del mundo, que ella y su hermana no la soportan y aunque son compañeras de trabajo, la solidaridad no es lo suyo.
La chica que me habla tiene el cabello largo y de color claro, su rostro es blanco y algo pecoso, sus manos gesticulan mucho y es agradable al hablar. Luego de indicarme donde debo dejar mi reclamo, paso a la siguiente sala pero esta era muy distinta al mesón con estantes donde me encontraba recién.
El lugar estaba lleno de objetos de decoración, al lado mío sobre una alfombra, veo un collar de cuentas negras, me agacho porque me produce curiosidad. Su aspecto es rustico, parece de madera y cada cuenta plana tiene una forma distinta, al pasar mi dedo por encima se siente suave pero no brilla.
En ese momento no hay nadie en la sala, miro para todos lados, doblo el collar y lo echo al bolsillo trasero del pantalón. Quizás haya cámaras de seguridad en algún lado... Ya el reclamo había quedado en el olvido, toda esa nube que invadió en un momento mi cabeza, se había disipado y sólo quería largarme de allí.
Continúo corriendo siempre en línea recta, hasta que por fin llego a la última puerta. Entro y camino hacia una pequeña mesa de vidrio que hay en una esquina de la habitación, aún siento el contacto de las piedras en mi bolsillo.
En ese momento oigo ruido y al darme vuelta, veo a una de las vendedoras de la tienda parada detrás mío, venía con otra chica tan parecida a ella que era muy difícil distinguir con cuál de las dos hablé.
Una de ellas tiene en sus manos una caja, avanza y se sienta en el elegante sillón color amarillo que se encuentra frente a mí, deja la tapa sobre el cristal y me muestra lo que trae.
Adentro hay una polera de satín de vivos colores, perfectamente doblada y puesta sobre un fino papel de seda. Me piden que me la pruebe, quieren enmendar lo sucedido pero yo no pienso dejar que se apoderen del collar..!! En ese momento, entra Verónica con los ojos redondos y la respiración entrecortada, todos la quedamos mirando pero ella no dice nada.
Las hermanas con una locuacidad envidiable se dan vuelta y siguen intentando convencerme que vaya al probador. Verónica inquieta sólo me mira, yo amable niego la petición. Luego de un rato de falsa cortesía, consigo sacarlas y cerrar la puerta mientras Verónica corre al baño.
Voy detrás de una vitrina, me agacho y saco el collar de mi bolsillo, desde ahí logro escuchar los sollozos de aquella chica que tan mal me atendió... La escucho hablar por teléfono, ahí me entero que el collar es de ella y que es una antigua reliquia familiar. Miro lo que tengo entre mis manos y en un momento de torpeza se me cae rompiéndose la parte central.
Mientras escucho la conversación, me invade la impotencia de no saber qué hacer. Finalmente, Verónica sale de su escondite y le muestro el collar que aún permanece roto entre mis manos.
Ella lo ve y se larga a llorar, me dice que desde que llegó a trabajar, las hermanas siempre han sido perversas con ella, al punto que esta vez se metieron a hurtadillas en los vestidores y sacaron lo único de valor que traía en la mochila.
Me mira con la cara teñida de lágrimas y continúa su relato...
–Como vendedoras, no nos permiten tener nada en las manos mientras estemos atendiendo público pero tampoco se hacen responsables si se nos pierde algo, aunque los casilleros no tengan llave o estén todos ocupados.
–Yaaa, pero eso es muy injusto!! Le digo mirándola con incredulidad.
–Nadie se preocupa, la tienda invierte mucho en cámaras de seguridad y vigilancia pero nosotros ni siquiera tenemos donde guardar la mochila.
En ese momento no sé qué decir, sólo pienso en cómo arreglar la situación. Verónica ya más calmada estira las manos y le devuelvo lo que había tomado sin consideración, siento como mi rostro se acalora.
Ella se quita los restos de pintura que quedaron bajo sus ojos y finalmente sonríe, yo sólo atino a devolverle esa misma sonrisa que tan gentilmente me regaló.
Hace tan sólo un momento me encontraba parada frente a una vendedora... Verónica creo que se llamaba. Simplemente no me había querido atender, yo paciente la miraba esperando una señal, algo que me indicara que estaba dispuesta a recibir mi petición... pero no, siempre callada con su rostro hacia abajo y el ceño fruncido, intentando esquivar a como diera mis ojos que la seguían para donde fuera.
Pase mucho rato allí, hasta que simplemente no quise más. Fui en busca de alguien que recibiera mi reclamo, a cambio me encuentro con una chica que con mirada cómplice me dice que Verónica es la persona más odiosa del mundo, que ella y su hermana no la soportan y aunque son compañeras de trabajo, la solidaridad no es lo suyo.
La chica que me habla tiene el cabello largo y de color claro, su rostro es blanco y algo pecoso, sus manos gesticulan mucho y es agradable al hablar. Luego de indicarme donde debo dejar mi reclamo, paso a la siguiente sala pero esta era muy distinta al mesón con estantes donde me encontraba recién.
El lugar estaba lleno de objetos de decoración, al lado mío sobre una alfombra, veo un collar de cuentas negras, me agacho porque me produce curiosidad. Su aspecto es rustico, parece de madera y cada cuenta plana tiene una forma distinta, al pasar mi dedo por encima se siente suave pero no brilla.
En ese momento no hay nadie en la sala, miro para todos lados, doblo el collar y lo echo al bolsillo trasero del pantalón. Quizás haya cámaras de seguridad en algún lado... Ya el reclamo había quedado en el olvido, toda esa nube que invadió en un momento mi cabeza, se había disipado y sólo quería largarme de allí.
Continúo corriendo siempre en línea recta, hasta que por fin llego a la última puerta. Entro y camino hacia una pequeña mesa de vidrio que hay en una esquina de la habitación, aún siento el contacto de las piedras en mi bolsillo.
En ese momento oigo ruido y al darme vuelta, veo a una de las vendedoras de la tienda parada detrás mío, venía con otra chica tan parecida a ella que era muy difícil distinguir con cuál de las dos hablé.
Una de ellas tiene en sus manos una caja, avanza y se sienta en el elegante sillón color amarillo que se encuentra frente a mí, deja la tapa sobre el cristal y me muestra lo que trae.
Adentro hay una polera de satín de vivos colores, perfectamente doblada y puesta sobre un fino papel de seda. Me piden que me la pruebe, quieren enmendar lo sucedido pero yo no pienso dejar que se apoderen del collar..!! En ese momento, entra Verónica con los ojos redondos y la respiración entrecortada, todos la quedamos mirando pero ella no dice nada.
Las hermanas con una locuacidad envidiable se dan vuelta y siguen intentando convencerme que vaya al probador. Verónica inquieta sólo me mira, yo amable niego la petición. Luego de un rato de falsa cortesía, consigo sacarlas y cerrar la puerta mientras Verónica corre al baño.
Voy detrás de una vitrina, me agacho y saco el collar de mi bolsillo, desde ahí logro escuchar los sollozos de aquella chica que tan mal me atendió... La escucho hablar por teléfono, ahí me entero que el collar es de ella y que es una antigua reliquia familiar. Miro lo que tengo entre mis manos y en un momento de torpeza se me cae rompiéndose la parte central.
Mientras escucho la conversación, me invade la impotencia de no saber qué hacer. Finalmente, Verónica sale de su escondite y le muestro el collar que aún permanece roto entre mis manos.
Ella lo ve y se larga a llorar, me dice que desde que llegó a trabajar, las hermanas siempre han sido perversas con ella, al punto que esta vez se metieron a hurtadillas en los vestidores y sacaron lo único de valor que traía en la mochila.
Me mira con la cara teñida de lágrimas y continúa su relato...
–Como vendedoras, no nos permiten tener nada en las manos mientras estemos atendiendo público pero tampoco se hacen responsables si se nos pierde algo, aunque los casilleros no tengan llave o estén todos ocupados.
–Yaaa, pero eso es muy injusto!! Le digo mirándola con incredulidad.
–Nadie se preocupa, la tienda invierte mucho en cámaras de seguridad y vigilancia pero nosotros ni siquiera tenemos donde guardar la mochila.
En ese momento no sé qué decir, sólo pienso en cómo arreglar la situación. Verónica ya más calmada estira las manos y le devuelvo lo que había tomado sin consideración, siento como mi rostro se acalora.
Ella se quita los restos de pintura que quedaron bajo sus ojos y finalmente sonríe, yo sólo atino a devolverle esa misma sonrisa que tan gentilmente me regaló.
martes, 8 de enero de 2019
sábado, 29 de diciembre de 2018
martes, 27 de noviembre de 2018
PESO PERDIDO
Sentada frente al refrigerador y con los codos sobre la mesa, Beatriz se dispone a cucharear lo último que queda de esa casata de helado con chocolate que tenía delante. Había estado toda la tarde engullendo cantidades monumentales de todo tipo de dulces, pasteles y chocolates. Sabía que esa era la última vez que se daría un atracón así... había subido mucho de peso y los exámenes médicos salieron mal. El doctor le dio un ultimátum, “si no paras, a este ritmo tendrás una enfermedad crónica muy pronto y eres muy joven para cargar con algo así,” le largó.
Mientras sostenía una dona, pensaba cuantas veces esa pequeña amiga la había hecho inmensamente feliz. Amaba esa sensación de apapachamiento que le daba la comida. Su madre siempre la consintió con alimento, así le demostraba su afecto. Los años pasaron y ese afecto se transformó en reproche. Si todo volviera a ser como antes... y disfrutando del último bocado de aquel pastel con arándanos, se largó a llorar. Debía parar, lo sabía. A sus 21 años muchas lucían sus mejores pilchas pero ella apenas se veía los zapatos. Mañana será el comienzo de un nuevo día, se dijo convencida mientras miraba la mesa llena de envoltorios vacíos.
A la mañana siguiente, se despertó con aquella sensación conocida, fue a la cocina por un bocadillo y ahí recordó que estaba a dieta. Una de tantas que ya había hecho sin grandes luces pero que esta vez debía dar resultados concretos. Estaba en juego mucho más que pretensión, la palabra diabetes retumbaba en su cabeza con una profundidad que no le gustaba.
La primera semana fue difícil, debía seguir un programa que el doctor le había dado y que odiaba... Contar con lujo de detalles lo que hacía cada día. Cuantas calorías, cuantas tazas de esto, cuantos miligramos de esto otro, pastillas por la mañana, hambre por la noche. Abría el refrigerador pero no encontraba nada que pudiera satisfacer esas ganas ENORMES de felicidad. Toda su familia estaba a favor del plan pero Beatriz estaba harta. Solo quería bajar y comerse una dona con chocolate, la necesitaba, se la debía.
Finalmente se decide, no había nadie en casa... Quién va a saber que se salió de la dieta?? Es más, qué importaba la dieta!! Dejaría de seguir el plan... y así comienza una lucha interna que cada vez pedía más, un demonio empalagoso que la instaba a seguir todo tal cual.
Pasaron los días y nadie sospechó, su hermano la notó rara pero no se quiso meter. Sus padres habían puesto todas sus esperanzas en que él continuaría con el negocio familiar y a veces le daban ganas de decirle un par de cosas a su hermana pero prefirió callar, porque de ella nadie esperaba nada. Siempre su lucha con los kilos y ahora este “programa” que debía apoyar.
Beatriz se siente cansada, el peso del cuerpo se esparce sobre aquel sillón donde descansa después de haber hecho ejercicio, le costaba mucho mantener este “auto plan” pero tenía sus estrategias... oler un envoltorio de chocolate, hacer elíptica hasta quedar sin aire comiendo lo mínimo y mintiéndole a los demás.
Esa noche, el ambiente de la casa estaba tranquilo, los padres venían de disfrutar una agradable cena de negocios... pronto se concretaría aquello que tanto esperaban. Al prender la luz un bulto al fondo del salón, era Beatriz desmayada. Asustados la llevan al servicio de urgencias, los médicos indican que llegaron a tiempo pero sus niveles de azúcar eran tan bajos que no saben si va a despertar, los padres de Beatriz se miran... al final, todo se reduce como siempre, en dejarlo así, en esperar.
Mientras sostenía una dona, pensaba cuantas veces esa pequeña amiga la había hecho inmensamente feliz. Amaba esa sensación de apapachamiento que le daba la comida. Su madre siempre la consintió con alimento, así le demostraba su afecto. Los años pasaron y ese afecto se transformó en reproche. Si todo volviera a ser como antes... y disfrutando del último bocado de aquel pastel con arándanos, se largó a llorar. Debía parar, lo sabía. A sus 21 años muchas lucían sus mejores pilchas pero ella apenas se veía los zapatos. Mañana será el comienzo de un nuevo día, se dijo convencida mientras miraba la mesa llena de envoltorios vacíos.
A la mañana siguiente, se despertó con aquella sensación conocida, fue a la cocina por un bocadillo y ahí recordó que estaba a dieta. Una de tantas que ya había hecho sin grandes luces pero que esta vez debía dar resultados concretos. Estaba en juego mucho más que pretensión, la palabra diabetes retumbaba en su cabeza con una profundidad que no le gustaba.
La primera semana fue difícil, debía seguir un programa que el doctor le había dado y que odiaba... Contar con lujo de detalles lo que hacía cada día. Cuantas calorías, cuantas tazas de esto, cuantos miligramos de esto otro, pastillas por la mañana, hambre por la noche. Abría el refrigerador pero no encontraba nada que pudiera satisfacer esas ganas ENORMES de felicidad. Toda su familia estaba a favor del plan pero Beatriz estaba harta. Solo quería bajar y comerse una dona con chocolate, la necesitaba, se la debía.
Finalmente se decide, no había nadie en casa... Quién va a saber que se salió de la dieta?? Es más, qué importaba la dieta!! Dejaría de seguir el plan... y así comienza una lucha interna que cada vez pedía más, un demonio empalagoso que la instaba a seguir todo tal cual.
Pasaron los días y nadie sospechó, su hermano la notó rara pero no se quiso meter. Sus padres habían puesto todas sus esperanzas en que él continuaría con el negocio familiar y a veces le daban ganas de decirle un par de cosas a su hermana pero prefirió callar, porque de ella nadie esperaba nada. Siempre su lucha con los kilos y ahora este “programa” que debía apoyar.
Beatriz se siente cansada, el peso del cuerpo se esparce sobre aquel sillón donde descansa después de haber hecho ejercicio, le costaba mucho mantener este “auto plan” pero tenía sus estrategias... oler un envoltorio de chocolate, hacer elíptica hasta quedar sin aire comiendo lo mínimo y mintiéndole a los demás.
Esa noche, el ambiente de la casa estaba tranquilo, los padres venían de disfrutar una agradable cena de negocios... pronto se concretaría aquello que tanto esperaban. Al prender la luz un bulto al fondo del salón, era Beatriz desmayada. Asustados la llevan al servicio de urgencias, los médicos indican que llegaron a tiempo pero sus niveles de azúcar eran tan bajos que no saben si va a despertar, los padres de Beatriz se miran... al final, todo se reduce como siempre, en dejarlo así, en esperar.
viernes, 2 de noviembre de 2018
Monody Rider
Una aventura en trineo, un juego en línea y mucha paciencia se necesitaron para realizar este increíble video.
Sin lugar a dudas, no podrás dejar de mirar..!! ♥
Para ver el viaje en la nube, pincha AQUÍ
Si deseas ver más sincronías musicales, este es el canal que Doodle Chaos tiene en YouTube, allí encontrarás además de trineos divertidos mucha creatividad con todo tipo de objetos en movimiento.
Sin lugar a dudas, no podrás dejar de mirar..!! ♥
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sábado, 20 de octubre de 2018








