Si hace dos meses atrás, alguien me hubiera dicho que a estas alturas llevaríamos más de 30 mil infectados en Chile por coronavirus, habría pensado que estaba dando la hora. Según yo, en estos momentos estaríamos dando vuelta la hoja, con la mitad de los casos y el virus en el bolsillo. Pero no, acá me encuentro haciendo un análisis de toda esta historia y viendo que no sólo no ha terminado, sino que recién comienza a subir la escalera.
Por fortuna, pertenezco a ese grupo de especímenes creativos que no les molesta estar solos y confinados... Mientras la economía lo permita, siempre se puede escribir, coser, dibujar, tejer, aprender alguna nueva técnica o habilidad de lo que sea... o, deformar fotos con aplicaciones extraordinarias, entrometerme en la cocina, tocar algún instrumento, hacer deporte, leer...
Pero como a todos, también mi mente exige dejar de ver las mismas paredes y sentarme en algún parque aunque sea por un momento. La “Eleanor Oliphant” que habita en mi interior no busca tanto relaciones interpersonales, más bien estar alrededor de gente que comparte un objetivo común, como pasear un perro o comer un helado.
En el parque, los perros son amos y señores del lugar. Sus humanos como siempre preocupados, regañándolos por chapotear en una poza o masticar algo indescifrable, suelen juntarse en grupo a conversar de sus "perro-hijos" y compartir todo tipo de tips de entrenamiento, medicinas y artilugios novedosos que los mismos cachupines se encargan de repartir entre ellos.
Mientras los canes corretean felices y se persiguen como si se les fuera la vida, todo transcurre en perfecta armonía, hasta que uno mucho más consentido, se cansa y decide poner orden con una dentellada. Ahí termina la cosa, todos para la casa.
Siempre me ha gustado sentarme en el pasto a mirar sus carreras y chistes. Nunca falta el can personaje que sobresale del resto, haciendo una que otra travesura... o molestando a su humano con alguna fechoría, que siempre suele ser divertida sólo para los que miramos.
Recuerdo un Bulldog Francés llamado Rocco, le encantaba embestir a todo aquel que estuviera sentado en el suelo. Te miraba de lejos y cuando hacía contacto visual, él simplemente estiraba una sonrisa y apuntaba, derecho contra tu humanidad.
Era tan fuerte el enviste que siempre terminaba tumbada con él sobre mi espalda y su cara llena de satisfacción como quien sube el Everest. Luego, volvía a correr a su punto de vigilancia y a repetir la acción... No paraba hasta que su humana llegaba a retirarlo desasiéndose en disculpas, pero uno lo aceptaba. Rocco era así, un adorable bravucón que me veía como un pin de bolos.
Pero independiente de esta historia, no dejo de pensar que pasará más adelante, cuando volvamos a nuestras rutinas y vicios... Cómo haremos para confiar de nuevo en el otro, sin verlo como una amenaza?? El día que podamos ir a un parque otra vez y sentarnos en una plaza, habrá un Rocco lanzándome lejos o humanos compartiendo aficiones comunes??
Este último tiempo todo ha sido tan repentino. Algo que parecía lejano, que le ocurría a otros... a millones de kilómetros de distancia. En cosa de semanas está aquí... acechando, atemorizando y haciéndonos sentir diminutos.
Porque dejando de lado todo tipo de teorías conspirativas, esto me hace reflexionar sobre mi propia humanidad. Me invita a ser humilde, disciplinado y obediente porque sin esas cualidades, simplemente terminamos enfermos o muertos.
La gran gracia de los virus es que no discriminan. Nos muestra nuestra insignificancia desde lo más profundo de sus orígenes. Tan sólo un montón de primates sin pelo, viviendo en una casa prestada a la que le hinchamos las pelotas cada día, sin descanso. Tarde o temprano tenía que cabrearse, o no?
Por fortuna, pertenezco a ese grupo de especímenes creativos que no les molesta estar solos y confinados... Mientras la economía lo permita, siempre se puede escribir, coser, dibujar, tejer, aprender alguna nueva técnica o habilidad de lo que sea... o, deformar fotos con aplicaciones extraordinarias, entrometerme en la cocina, tocar algún instrumento, hacer deporte, leer...
Pero como a todos, también mi mente exige dejar de ver las mismas paredes y sentarme en algún parque aunque sea por un momento. La “Eleanor Oliphant” que habita en mi interior no busca tanto relaciones interpersonales, más bien estar alrededor de gente que comparte un objetivo común, como pasear un perro o comer un helado.
Ilustración de Jean Jullien |
En el parque, los perros son amos y señores del lugar. Sus humanos como siempre preocupados, regañándolos por chapotear en una poza o masticar algo indescifrable, suelen juntarse en grupo a conversar de sus "perro-hijos" y compartir todo tipo de tips de entrenamiento, medicinas y artilugios novedosos que los mismos cachupines se encargan de repartir entre ellos.
Mientras los canes corretean felices y se persiguen como si se les fuera la vida, todo transcurre en perfecta armonía, hasta que uno mucho más consentido, se cansa y decide poner orden con una dentellada. Ahí termina la cosa, todos para la casa.
Siempre me ha gustado sentarme en el pasto a mirar sus carreras y chistes. Nunca falta el can personaje que sobresale del resto, haciendo una que otra travesura... o molestando a su humano con alguna fechoría, que siempre suele ser divertida sólo para los que miramos.
Recuerdo un Bulldog Francés llamado Rocco, le encantaba embestir a todo aquel que estuviera sentado en el suelo. Te miraba de lejos y cuando hacía contacto visual, él simplemente estiraba una sonrisa y apuntaba, derecho contra tu humanidad.
Era tan fuerte el enviste que siempre terminaba tumbada con él sobre mi espalda y su cara llena de satisfacción como quien sube el Everest. Luego, volvía a correr a su punto de vigilancia y a repetir la acción... No paraba hasta que su humana llegaba a retirarlo desasiéndose en disculpas, pero uno lo aceptaba. Rocco era así, un adorable bravucón que me veía como un pin de bolos.
Pero independiente de esta historia, no dejo de pensar que pasará más adelante, cuando volvamos a nuestras rutinas y vicios... Cómo haremos para confiar de nuevo en el otro, sin verlo como una amenaza?? El día que podamos ir a un parque otra vez y sentarnos en una plaza, habrá un Rocco lanzándome lejos o humanos compartiendo aficiones comunes??
Este último tiempo todo ha sido tan repentino. Algo que parecía lejano, que le ocurría a otros... a millones de kilómetros de distancia. En cosa de semanas está aquí... acechando, atemorizando y haciéndonos sentir diminutos.
Porque dejando de lado todo tipo de teorías conspirativas, esto me hace reflexionar sobre mi propia humanidad. Me invita a ser humilde, disciplinado y obediente porque sin esas cualidades, simplemente terminamos enfermos o muertos.
La gran gracia de los virus es que no discriminan. Nos muestra nuestra insignificancia desde lo más profundo de sus orígenes. Tan sólo un montón de primates sin pelo, viviendo en una casa prestada a la que le hinchamos las pelotas cada día, sin descanso. Tarde o temprano tenía que cabrearse, o no?
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