Relato inspirado en viernes creativos El Bic Naranja |
Esta historia no es mía. Se la contó el abuelo, del tío, del hijo de la vecina que me encuentro de tarde en vez en el almacén del pueblo.
No puedo corroborar, pero tampoco desmentir. Ha pasado de generación en generación y es así como te la voy a contar. Quizás tú tengas una mejor versión de los hechos...
Cuenta la leyenda, que al pueblo llegó un aguatero, cansado, hambriento, sin dinero y con pocas posibilidades de mejorar su situación. Venía envuelto en su abrigo de lluvia y cargaba al hombro unas palanganas de madera.
Embarrado hasta las rodillas, sus pies desnudos insensibles al frío poco se veían. No era un espectáculo muy bonito y los pobladores lo miraban con desdén.
Pidió ayuda, ofreció sus servicios como aguatero, pero siempre recibió la misma respuesta:
–Quisiéramos auxiliarte, pero la situación económica no da para más. Hay escasez, alza de precios y para peor, nuestras cosechas han sido devastadas por esta lluvia torrencial que no ha parado en semanas. Apenas tenemos uno mendrugos para nosotros, mal podríamos hacer algo para darte unas monedas o un poco de pan.
El jóven aguatero que era un hombre emprendedor, no se desanimó tan fácil. Al pasar frente a la última casa, se le ocurrió una idea y golpeo la puerta.
–Me pregunto, señora –dijo a la mujer que acudió a su llamado–. Si usted fuera tan amable de prestarme un caldero, pues traigo en estas vasijas un líquido que he encontrado en un oculto manantial. No soy de aquí sabe, y me gustaría compartir este glorioso elixir con usted. A simple vista parece agua, pero yo mismo he comprobado sus poderes mágicos y le aseguro, que obtendrá la sopa más deliciosa que jamás haya probado. ¡Sólo deme la oportunidad de demostrárselo, y ya verá!
La mujer lo hizo pasar y reunió a toda la familia en torno al fogón. Colgó sobre él un caldero y esperó a que se hiciera la magia.
El jóven, con mucha parsimonia, bajo de su hombro los cubos de agua y volcó el líquido dentro. Cuando comenzó a hervir aspiró el vaho caliente y dijo:
–¡¡Mmmmmmm, ya está casi lista!! Sólo le falta una pizca de sal, algo de pimienta...
Le echaron lo que pedía y siguieron esperando ansiosos.
–Ahora, si le pusiéramos unas zanahorias quedaría mucho más sabrosa –dijo el joven, luego de revolver con la cuchara de palo, disfrutando del aroma que aquella agua mágica emanaba.
–MARIAAAAA, ve a la huerta y desentierra unas cuantas. –Ordenó la mujer a una de sus hijas que la miraba extrañada porque se habían salvado muy pocas.
Para ese entonces, la esposa del vecino traía papas y repollo porque había escuchado de la maravillosa sopa que se preparaba en esa casa.
¡¡Estupendo!! –exclamó el huésped–. Repollo y zapallo serán la combinación perfecta para esta sopa...
–Casualmente tengo medio zapallo picado en la cocina. –Replicó la dueña de casa y acto seguido echaron todos los ingredientes al caldo.
En ese momento, se presenta el hijo mayor que venía del gallinero con algunas provisiones. Al sentir el agradable aroma que desprendía la sopa, pensó que estas serían el complemento ideal.
En un dos por tres, familia y visitantes limpiaron las aves que también fueron a parar al caldero.
A sugerencia del improvisado cocinero agregaron las papas que la vecina traía, algunas especies y para terminar, los huevos. Uno en cada plato.
Almorzaron la sopa más exquisita del mundo y hubo suficiente para todos, incluso para el otro día.
A la hora de marcharse, el jóven aguatero ahora limpio y seco, en agradecimiento a tanta hospitalidad, vertió el agua que aún quedaba en sus cubos al caldero ya casi vacío y se despidió diciéndoles:
–Cada vez que quieran preparar una sopa tan deliciosa como la de hoy, sólo tienen que usar la misma receta.
La familia quedó muy contenta con tan magnífico regalo... y por fortuna, nuestro emprendedor amigo encontró otro pozo donde rellenar sus cubos en la entrada del próximo pueblo.