En ese momento sólo pensaba en alejarme lo más rápido posible, correr por aquel pasillo lleno de puertas transparentes que empujaba a mi paso. Sentía en el bolsillo del pantalón como las cuentas del collar presionaban mi muslo al mover la pierna. Yo sólo intentaba correr lo más rápido posible, seguir hacia adelante sin mirar atrás.
Hace tan sólo un momento me encontraba parada frente a una vendedora... Verónica creo que se llamaba. Simplemente no me había querido atender, yo paciente la miraba esperando una señal, algo que me indicara que estaba dispuesta a recibir mi petición... pero no, siempre callada con su rostro hacia abajo y el ceño fruncido, intentando esquivar a como diera mis ojos que la seguían para donde fuera.
Pase mucho rato allí, hasta que simplemente no quise más. Fui en busca de alguien que recibiera mi reclamo, a cambio me encuentro con una chica que con mirada cómplice me dice que Verónica es la persona más odiosa del mundo, que ella y su hermana no la soportan y aunque son compañeras de trabajo, la solidaridad no es lo suyo.
La chica que me habla tiene el cabello largo y de color claro, su rostro es blanco y algo pecoso, sus manos gesticulan mucho y es agradable al hablar. Luego de indicarme donde debo dejar mi reclamo, paso a la siguiente sala pero esta era muy distinta al mesón con estantes donde me encontraba recién.
El lugar estaba lleno de objetos de decoración, al lado mío sobre una alfombra, veo un collar de cuentas negras, me agacho porque me produce curiosidad. Su aspecto es rustico, parece de madera y cada cuenta plana tiene una forma distinta, al pasar mi dedo por encima se siente suave pero no brilla.
En ese momento no hay nadie en la sala, miro para todos lados, doblo el collar y lo echo al bolsillo trasero del pantalón. Quizás haya cámaras de seguridad en algún lado... Ya el reclamo había quedado en el olvido, toda esa nube que invadió en un momento mi cabeza, se había disipado y sólo quería largarme de allí.
Continúo corriendo siempre en línea recta, hasta que por fin llego a la última puerta. Entro y camino hacia una pequeña mesa de vidrio que hay en una esquina de la habitación, aún siento el contacto de las piedras en mi bolsillo.
En ese momento oigo ruido y al darme vuelta, veo a una de las vendedoras de la tienda parada detrás mío, venía con otra chica tan parecida a ella que era muy difícil distinguir con cuál de las dos hablé.
Una de ellas tiene en sus manos una caja, avanza y se sienta en el elegante sillón color amarillo que se encuentra frente a mí, deja la tapa sobre el cristal y me muestra lo que trae.
Adentro hay una polera de satín de vivos colores, perfectamente doblada y puesta sobre un fino papel de seda. Me piden que me la pruebe, quieren enmendar lo sucedido pero yo no pienso dejar que se apoderen del collar..!! En ese momento, entra Verónica con los ojos redondos y la respiración entrecortada, todos la quedamos mirando pero ella no dice nada.
Las hermanas con una locuacidad envidiable se dan vuelta y siguen intentando convencerme que vaya al probador. Verónica inquieta sólo me mira, yo amable niego la petición. Luego de un rato de falsa cortesía, consigo sacarlas y cerrar la puerta mientras Verónica corre al baño.
Voy detrás de una vitrina, me agacho y saco el collar de mi bolsillo, desde ahí logro escuchar los sollozos de aquella chica que tan mal me atendió... La escucho hablar por teléfono, ahí me entero que el collar es de ella y que es una antigua reliquia familiar. Miro lo que tengo entre mis manos y en un momento de torpeza se me cae rompiéndose la parte central.
Mientras escucho la conversación, me invade la impotencia de no saber qué hacer. Finalmente, Verónica sale de su escondite y le muestro el collar que aún permanece roto entre mis manos.
Ella lo ve y se larga a llorar, me dice que desde que llegó a trabajar, las hermanas siempre han sido perversas con ella, al punto que esta vez se metieron a hurtadillas en los vestidores y sacaron lo único de valor que traía en la mochila.
Me mira con la cara teñida de lágrimas y continúa su relato...
–Como vendedoras, no nos permiten tener nada en las manos mientras estemos atendiendo público pero tampoco se hacen responsables si se nos pierde algo, aunque los casilleros no tengan llave o estén todos ocupados.
–Yaaa, pero eso es muy injusto!! Le digo mirándola con incredulidad.
–Nadie se preocupa, la tienda invierte mucho en cámaras de seguridad y vigilancia pero nosotros ni siquiera tenemos donde guardar la mochila.
En ese momento no sé qué decir, sólo pienso en cómo arreglar la situación. Verónica ya más calmada estira las manos y le devuelvo lo que había tomado sin consideración, siento como mi rostro se acalora.
Ella se quita los restos de pintura que quedaron bajo sus ojos y finalmente sonríe, yo sólo atino a devolverle esa misma sonrisa que tan gentilmente me regaló.
Hace tan sólo un momento me encontraba parada frente a una vendedora... Verónica creo que se llamaba. Simplemente no me había querido atender, yo paciente la miraba esperando una señal, algo que me indicara que estaba dispuesta a recibir mi petición... pero no, siempre callada con su rostro hacia abajo y el ceño fruncido, intentando esquivar a como diera mis ojos que la seguían para donde fuera.
Pase mucho rato allí, hasta que simplemente no quise más. Fui en busca de alguien que recibiera mi reclamo, a cambio me encuentro con una chica que con mirada cómplice me dice que Verónica es la persona más odiosa del mundo, que ella y su hermana no la soportan y aunque son compañeras de trabajo, la solidaridad no es lo suyo.
La chica que me habla tiene el cabello largo y de color claro, su rostro es blanco y algo pecoso, sus manos gesticulan mucho y es agradable al hablar. Luego de indicarme donde debo dejar mi reclamo, paso a la siguiente sala pero esta era muy distinta al mesón con estantes donde me encontraba recién.
El lugar estaba lleno de objetos de decoración, al lado mío sobre una alfombra, veo un collar de cuentas negras, me agacho porque me produce curiosidad. Su aspecto es rustico, parece de madera y cada cuenta plana tiene una forma distinta, al pasar mi dedo por encima se siente suave pero no brilla.
En ese momento no hay nadie en la sala, miro para todos lados, doblo el collar y lo echo al bolsillo trasero del pantalón. Quizás haya cámaras de seguridad en algún lado... Ya el reclamo había quedado en el olvido, toda esa nube que invadió en un momento mi cabeza, se había disipado y sólo quería largarme de allí.
Continúo corriendo siempre en línea recta, hasta que por fin llego a la última puerta. Entro y camino hacia una pequeña mesa de vidrio que hay en una esquina de la habitación, aún siento el contacto de las piedras en mi bolsillo.
En ese momento oigo ruido y al darme vuelta, veo a una de las vendedoras de la tienda parada detrás mío, venía con otra chica tan parecida a ella que era muy difícil distinguir con cuál de las dos hablé.
Una de ellas tiene en sus manos una caja, avanza y se sienta en el elegante sillón color amarillo que se encuentra frente a mí, deja la tapa sobre el cristal y me muestra lo que trae.
Adentro hay una polera de satín de vivos colores, perfectamente doblada y puesta sobre un fino papel de seda. Me piden que me la pruebe, quieren enmendar lo sucedido pero yo no pienso dejar que se apoderen del collar..!! En ese momento, entra Verónica con los ojos redondos y la respiración entrecortada, todos la quedamos mirando pero ella no dice nada.
Las hermanas con una locuacidad envidiable se dan vuelta y siguen intentando convencerme que vaya al probador. Verónica inquieta sólo me mira, yo amable niego la petición. Luego de un rato de falsa cortesía, consigo sacarlas y cerrar la puerta mientras Verónica corre al baño.
Voy detrás de una vitrina, me agacho y saco el collar de mi bolsillo, desde ahí logro escuchar los sollozos de aquella chica que tan mal me atendió... La escucho hablar por teléfono, ahí me entero que el collar es de ella y que es una antigua reliquia familiar. Miro lo que tengo entre mis manos y en un momento de torpeza se me cae rompiéndose la parte central.
Mientras escucho la conversación, me invade la impotencia de no saber qué hacer. Finalmente, Verónica sale de su escondite y le muestro el collar que aún permanece roto entre mis manos.
Ella lo ve y se larga a llorar, me dice que desde que llegó a trabajar, las hermanas siempre han sido perversas con ella, al punto que esta vez se metieron a hurtadillas en los vestidores y sacaron lo único de valor que traía en la mochila.
Me mira con la cara teñida de lágrimas y continúa su relato...
–Como vendedoras, no nos permiten tener nada en las manos mientras estemos atendiendo público pero tampoco se hacen responsables si se nos pierde algo, aunque los casilleros no tengan llave o estén todos ocupados.
–Yaaa, pero eso es muy injusto!! Le digo mirándola con incredulidad.
–Nadie se preocupa, la tienda invierte mucho en cámaras de seguridad y vigilancia pero nosotros ni siquiera tenemos donde guardar la mochila.
En ese momento no sé qué decir, sólo pienso en cómo arreglar la situación. Verónica ya más calmada estira las manos y le devuelvo lo que había tomado sin consideración, siento como mi rostro se acalora.
Ella se quita los restos de pintura que quedaron bajo sus ojos y finalmente sonríe, yo sólo atino a devolverle esa misma sonrisa que tan gentilmente me regaló.